“Los seres humanos no somos más que distintas metáforas
de lo mismo. Todos somos más o menos semejantes en nuestros sueños, en nuestras
pesadillas, en nuestra necesidad de amor, en nuestra despedida frente a la
muerte. Incluso nuestros hermanos monstruosos. En teoría, si uno pudiese llegar
al fondo de sí mismo, sin autocompasión y sin falsa solidaridad, es posible que
esté tocando el fondo de la humanidad entera.”
Raúl Zurita (poeta
chileno)
Hoy ví Nostalgia de la luz (Patricio Guzmán, 2010,
90´), por Isat. Justo antes del mediodía la voz en off del documentalista
chileno me lleva de las orejas a su propio cosmos: La memoria y el olvido, el
cielo y la tierra, el pasado y el presente, el devenir del hombre, la tragedia
y la historia.
Siendo niño hacia lo que
todo niño en el campo por la noche. Sin televisor y con el Sol de noche como única fuente de luz: mirábamos las estrellas. En
las noches de patio, con mis hermanos, observábamos los puntitos luminosos
desplazándose por entre el tamiz de luces titilantes. Los satélites se movían
como liebres por la Vía Láctea. Luego con el libro de Carl Ságan me supe el
nombre de la constelación de Orión: Betelgueuse, Rigel, Bellatrix y otra que no
me acuerdo, formában el cuadrilatero que rodeaban a las Tres Marías. Estas
eran, Miltaka, Anlitak y Alnilam. Mas allá Sirio, la más brillante de todas, en
el Can Mayor con la que me comunicaba con novias que estaban lejos.
El cielo estrellado es
el cosmos y el cosmos nos sitúa en el tiempo. Se adquiere la dimensión humana
en un solo vistazo y el resultado es un vacío en el estómago que perdura para
siempre.
Guzmán, se sambulle en
la historia del país que lo exilia. Su obra máxima se llama La Batalla de Chile (200 minutos para
narrar el escenso del movimiento popular chileno, que lleva al único socialismo
del continente al poder, elegido en las urnas), una trilogía descomunal que debería ser de “lectura” obligada en
todo colegio latinoamericano.
Acá se vuelve a
sambullir y lo hace en el desierto de Atacama. El lugar es elegido por los
estrónomos del mundo por ser un cielo límpido como un diamante a 3 mil mts de
altura. Un par de poderosos telescopios otean el firmamento atravesando los
años luz, escuchando señales desaparecidas, explosiones, latidos, susurros
cósmicos. La cámara de Patricio, indaga el cosmos y su correlato terrestre.
Arriba busca constelaciones, abajo busca huesos de muertos en la dictadura
pinochetista. El desierto fue elegido por los verdugos para enterrar restos de
asesinados.
En un escena, una madre
en pleno desierto sostiene unos huesillos en sus manitas. Los describe, los lee
como un antropólogo lo haría. Bien podrìan ser de un ser querido, un hijo, un
nieto. A la vez un científico nos cuenta que el calcio de nuestros huesos
nacieron con la primer explosión llamada big
bang. Es decir estamos hechos de materia cósmica. Y tal vez el dolor, la
memoria viaje tambien esas largas distancias a lo profundo del Universo. Es lo
que nos dice el documentalista. El que nos recuerda las razones de nuestro
estar en tiempo y espacio. El cine hablando de nosotros mismos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario