Mi padre me dejó
lo mejor de él…hice lo que pude con eso.
Íbamos a la
orilla del Paraná a pescar. Loma Pelada, por ahí. Salíamos al atardecer,
volvíamos al otro día a media mañana. A caballo, cantando con el pajarerío, atravesando el
espinillar.
Se aprende con
cierto tiempo, el silencio, las estrellas, las noches sin luna, el fueguito, (hablar
poco es decir todo). Me enseñó la tansa, la plomada, la carnada, el anzuelo, el
mojarrero, la boga, la virreina, el manduré, la cuchilleta, la mojarra y la
paciencia.
Ser milico y
peronista no es fácil. Nacido en Puerto Tirol, Loreto Dolores Almirón, alias Amadito, se suma a
las filas del ejército luego de la colimba; único modo de salir de un destino
de peón de chacra y borrachín de pueblo. Lo destinan al RIM 29 de Junín de los
Andes. Aprende a esquiar, se enamora del andinismo y de mi madre, Ena, hija de
mapuches. Sube al volcán Lanín con la primer expedición militar y hace cumbre en
pleno en invierno. No hay registro de la hazaña. A mi padre y a otros dos
camaradas montañistas, le correspondía ser condecorado con el Cóndor de Oro por
la proeza, y esa medalla le iba a ser entregada por el mismo General Perón
(corría Julio del ´55) Cuando comienza el golpe ya corría el rumor de que los
tres expedicionarios dejaron un busto de Evita en la cumbre. A los dos meses
comienza la Revolución Fusiladora. Matan al General Valle en el ‘56 y a un
sinnúmero de suboficiales en todo el país. Hasta ahora no se ha investigado la
feroz purga que quebró al germen del peronismo en el ejército; nunca más fue el
mismo. Estuvo preso en un calabozo durante meses…me salvé diciendo que no era peronista, me dijo una vez apenas en
un hilo de voz. Padeció en silencio la muerte del General, padeció a Menem y a
todos los bandazos con que este formidable movimiento surge y resurge de las
entrañas del pueblo una y otra vez. Nunca gorila y por peroncho jamás olvido
sus orígenes de pueblo y calle de tierra. Antes de irse, su corazón vibró de
nuevo con Néstor y el pueblo en las calles.
Una noche, frente al Paraná en una noche
nublada y sin luna (cuando no hay luna no se ven las manos y sin linterna es
como estar ciego), se me hizo una galleta
en mi línea, descomunal. El nudo era imposible. Lo mejor era cortar, añadir y
seguir pescando. Él, en silencio tomo mi madeja enredada y comenzó , sin
linterna y con el sólo tacto a desenredar. Una nube de mosquitos se posaban en
sus manos, en su cara. Habrá pasado, una hora, dos?. Me entrego la línea en
silencio, desenredada. Luego me dijo por enésima vez, cómo se hace para pescar
en la oscuridad sin que la línea se enrede.
Ya lo sé, aunque no parezca...
Es la misma
línea que sostenía la noche anterior a morir. Lo sostenía en el aire en la
habitación infecta de la clínica. Miraba algo sobre la pared blanca, qué ves papá?, le pregunto. Su laguna de
Puerto Tirol, los hermanos, aquella novia, el Huechulafquen, un cóndor de alas
doradas?. Me mira como despertando y tratando de entender; que hago acá, quién es el que me habla. Luego levanta el índice
otra vez, sostiene la línea, el pulso delicado, vibrante, del agua rozando el
nylon, el pez que se acerca, mordisquea y muerde la carnada de tripa. Así
levantaba su mano en el cuarto infecto, blanquísimo, séptico, en dónde la gente
muere sola. Qué había en la punta de su línea?, qué esperaba, qué sentía en el
aire caliente del Paraná, esa noche de invierno con el fueguito y la ollita de hierro,
el pan rondín, el salamín?. Su mano de niño. El latigazo del hambre, el
cuchillo tintineante, la voz de la abuela Laí. La madre que nos mira
cuando nos vamos a ese otro lugar. Amadito…Amadito?...estás ahí, dice la abuela en esa
madrugada de no sé cuándo.
Así se fue
Loreto, mi padre peronista y milico. Solito o tal vez poblado de todos los
recuerdos, los amigos, las novias, los hermanos, la parentela toda en procesión;
el Congreso de Almas que nos acompaña en el final.