martes, 23 de abril de 2013

Todo un tema




Todo un tema la muerte. Es posible explicarla , siempre que no sea de un ser amado.
Yo crecí en el campo, en dónde en mixtura con la vida , forma parte de lo cotidiano. Sus límites siempre difusos ayudaron a entenderme con ella...más o menos. En la vieja casa cerca del Pirayuí , para comerse un guiso de gallina, primero había que matarla. Los métodos para matar animales domésticos varían según el caso. A una gallina se la descogota haciéndola girar como a una matraca (esas de los cumpleaños..que antes eran de madera). A los chanchos, con un cuchillo directo al corazón. A las ovejas , se las deguella. Se desangra en absoluto silencio. El chancho sin embargo, se despide de la vida a los alaridos. Insultando y llorando al mismo tiempo en un reclamo feroz , inolvidable. Así, morfarse un animalito tiene otro sabor. Al Supermax va cualquiera...
La muerte de un humano es otra cosa. Y tal vez por nuestra formación católica (que lo embadurna todo), tal vez por nuestra conciencia de sí que reclama trascendencia como un chancho, tal vez por un pedestre cagazo a la hora del último suspiro, por la incertidumbre más esencial, la soledad de uno con el Universo: la muerte de otro ser humano es otra cosa.
Yo la sentí en mi amigo de la infancia. Una mañana muy temprano mi vieja me despierta y sin decir agua va me dice: -Ricardito murió. Desde entonces le esquivo a los ataúdes y a la liturgia de las flores y candelabros. Antes, fué la noticia la del abuelo Gregorio en el sur. Lo mató un caballo (los caballos no hacen esas cosas, pero a mi abuelo lo mató un caballo). La noticia vino de lejos y entró como un ventarrón, agitando las puertas y ventanas de la vieja casa. Mamá se arrodilló y aun la veo ahí gimiendo como una niña.
En fin, la muerte.


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