A
los 5 estoy en puerto Tirol. La abuela Laí tiene una enorme planta de tunas
cerca del cementerio, el Viejo Molina es una sombra enloquecida caminando las
calles del pueblo.
A
los 10 vivía cerca del puente Pirayuí en dónde pescaba bogas y comía nagapirí.
Una ñacaniná oscura, el Viejo Saucedo y el Petiso en su satélite rojo. Me roban
un potrillo alazán. Mi madre mata a un caranchillo con un Winchester. El odio a
la escuela y toda autoridad no me abandona desde entonces.
A
los 15 estoy en el barrio San Antonio. Se muere mi amigo Ricardito. Leonor me
besa en lo boca y se ríe unánime por siempre, bella flor de barrio. La timidez
me come los ojos. Empiezo a escuchar música “progresiva”.
A
los 20, sufro el mal de todos los amores por venir. Una de ellas de pelo rojo,
titila como “brasita soplada”. La música me salva. Spinetta, vox dei, el bazar
de los milagros, los delirios del mariscal, vals de mi hogar, chico puntual,
maltratado, la suma de los sonidos. El alma tiene partitura.
A los
25, Ana. Macchu Picchu en año nuevo. Abandono Ingeniería Civil y me meto en la
Carrera de Comunicación Social. La primavera democrática. Comienzo a tener
amigos por vez primera: Walter, Horacio, Alain….el cine se mete con ellos al
corazón, inexplicable…
A
los 35, los noventa. Redonditos de Ricota en la calle Baibiene, menemato. Una
cabeza de chancho se cocina con el grupo de perdularios adentro. Nahuel y
después Camilo.
A
los 45, algo parecido a la angustia se me mete en el cuerpo. No logro filmar.
Laguna Seca es un balcón en dónde miro pasar el tiempo. Mientras tanto,
Gerónimo. Ya somos cinco en el monobloc B, mirámos una palmera mecerse en el
viento.
A
los 55, la angustia sigue adentro. Pero ya nada es igual, sin embargo es parecido a cuando tenía 5. El mismo
terror ante el cosmos, las estrellas, la finitud de lo cotidiano. Los amigos, Ana
y los críos, mis padres, la música….el cine.
Fotograma de Nostalgia de la luz, documental del chileno Patricio Guzmán.
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