sábado, 20 de junio de 2015

Banderas y pan dulce





En mis tiempos de alumno primario, siempre envidié un poco a los que portaban la bandera aunque nunca me esforcé por merecerla. Para esto no era suficiente ser un alumno aplicado sino también ser "algún hijo de" .
Un día como hoy, no sé cómo, me dan la tarea de izarla. Una mañana de frío. Pocos alumnos ese día maldito, pocos testigos. La escuela 44 tenía entonces el mástil afuera y era muy alto. Para colmo de males para subirla o bajarla había que manipular un cable metálico. De pronto estaba parado al pié del mástil, con la azul y blanco esperan o ser izada como Dios manda. Me paré enfrente con mis tres escoltas, las piernas temblando de frío y de cagazo. Los dedos estában duros y se pusieron peor, cuando comencé a subirla. Suena Aurora. Eran los tiempos en que se cantaba a capella. La maestra de música afinaba la voz y nos guiaba desde un rincón vigilando que cantáramos bien y fuerte. El cable metálico se niega a moverse. Hago un esfuerzo enorme con los dedos ateridos para moverlo, sin suerte. Empiezo a sentir calor en la cara y creo que a transpirar en la espalda. La maestra Betty se acerca, me aparta sutilmente con un brazo y termina de izarla. Yo le miraba los mocasines lustrados y unas delicadas media color piel que subían más alla de las rodillas.
No le conté nunca a mis padres el episodio. Sí le conté que a media mañana tomamos chocolate con unos pan dulces riquísimos, en el patio, bajo un cielo azul, como el de hoy.



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