“Tanto en
el pasado como en el presente, era y es costumbre entre las mujeres
colgarse perlas de las orejas por el placer causado, cuando las perlas
tocan la piel al moverse. Pero dado que yo sé que Isaac, envió pendientes
a la pura Rebeca como signo de su amor, pienso que esta joya significa en
sentido espiritual que la oreja es la primera parte que un hombre quiere
tener de su mujer y que la mujer debe conservar más fielmente… “
Francisco de Sales (1567-1622)
La joven de la perla - Vermeer, 1665
Anoche por la Tv Pública vi La Jóven del aro de perlas. Una película dirigida por un tal Peter
Webber. Basado en un libro, sin pretensión biográfica, sobre el cuadro pintado por Vermeer allá por
1600. Siempre me gustaron leer y ver
películas de pintores. La obsesión por el color, la perspectiva, las texturas,
las trasparencias y las sutilezas de la luz. Pero por sobre todo aquél hombre que
detrás del pincel se abandona a su arte sin importar nada y termina incinerado por su pasión. Recuerdo haber visto Pollock, en el Festival de Mar del
Plata, por casualidad, como me sucede siempre, dirigida y protagonizada por Ed
Harris. En ambos casos el entorno del
artista es tortuoso. El mundo es hostil y supervivir en él depende de otros, no
de su oficio. En el caso de la Jackson Pollock la relación con su mecenas, su
compañera y el alcohol.
Ed Harris protagonizando y dirigiendo Pollock
En la película de Webber, Veermer depende de un
mecenas (un tipo con suficiente plata como
para invertir en el arte, digámoslo), de una suegra despótica que controla
todo su entorno y lo hace trabajar por encargo y su esposa que entiende poco de
pinturas.
La película tiene una Dirección de Fotografía
superlativa. Encuadres de una belleza exquisita. El autor de la luz es Eduardo
Serra. Por él pasa buena parte de lo mejor de la película.
Griet es la nueva sirvienta de la familia Vermeer.
Aparece vestida con ropas de campesina con esos gorros que usan en los países
bajos. Camina con la cabeza gacha, y mira de reojo siempre a los que serán sus
amos. El detalle está en que debajo del gorro está Scarlett Johansson. Un
actuación magistral, otra vez. El director construye con ella un universo
doméstico de detalles ínfimos en donde la mirada evasiva y los roces sutiles,
terminan sosteniendo y haciendo avanzar las relaciones por desfiladeros sin
retorno. Estas estallan cuando la esposa de Vermeer nota la influencia que
ejerce Griet sobre su esposo. Dentro de este mundo de sutilezas, están un par
de aros de perlas. Vermeer, con la compliciad de la suegra, usa los aretes de
la esposa y se la coloca a la sirvienta Griet para posar en lo que, siglos
después, descrubren como uno de los mejores retratos pintados por este precursor de Van Gogh. La escena en donde el
pintor le perfora la oreja izquierda a Scarlett es abrumadora.
La musa de Veermer
tiene sensibilidad y comprende el oficio de su patrón, le mezcla los colores,
observa los cuadros y entiende, siendo analfabeta, la labor de la luz sobre los
objetos.
Hablar de la sublime belleza de Scarlett es ocioso.
Lo que es siempre un regocijo, es cómo se abandona al personaje. Nunca la
estrella está por sobre el rol que le toca.
La muchacha atribulada de Perdidos
en Tokio otra vez nos lleva de las pestañas al remolino de sus ojos y su
boca.
Dicen que La
jóven del aro de perlas, tuvo varias nominaciones al Oscar. Poco importa
ese blasón en los que hay sospechas siempre. El mainstream hollywodense viene con pochoclo como para empachar a un
chancho.
Todo confluye y fluye en una buena película. Con dos
planos se puede mensurar su alma. Lo técnico viene detrás y se pone a su
servicio. Luego está Scarlett que nos recuerda a aquellas novias que tuvimos en
esa etapa de la vida que llaman adolescencia .
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