domingo, 12 de abril de 2015

Muchacha






 “Tanto en el  pasado como en el presente, era y es costumbre entre las mujeres colgarse  perlas de las orejas por el placer causado, cuando las perlas tocan la piel al  moverse. Pero dado que yo sé que Isaac, envió pendientes a la pura Rebeca como  signo de su amor, pienso que esta joya significa en sentido espiritual que la  oreja es la primera parte que un hombre quiere tener de su mujer y que la mujer  debe conservar más fielmente… “
Francisco de  Sales (1567-1622)


La joven de la perla - Vermeer, 1665



Anoche por la Tv Pública vi La Jóven del aro de perlas. Una película dirigida por un tal Peter Webber. Basado en un libro, sin pretensión biográfica,  sobre el cuadro pintado por Vermeer allá por 1600. Siempre me gustaron leer y  ver películas de pintores. La obsesión por el color, la perspectiva, las texturas, las trasparencias y las sutilezas de la luz. Pero por sobre todo aquél hombre que detrás del pincel se abandona a su arte sin importar nada y termina incinerado por su pasión.  Recuerdo haber visto Pollock, en el Festival de Mar del Plata, por casualidad, como me sucede siempre, dirigida y protagonizada por Ed Harris.  En ambos casos el entorno del artista es tortuoso. El mundo es hostil y supervivir en él depende de otros, no de su oficio. En el caso de la Jackson Pollock la relación con su mecenas, su compañera y el alcohol.

Ed Harris protagonizando y dirigiendo Pollock

En la película de Webber, Veermer depende de un mecenas (un tipo con suficiente plata como  para invertir en el arte, digámoslo), de una suegra despótica que controla todo su entorno y lo hace trabajar por encargo y su esposa que entiende poco de pinturas.
La película tiene una Dirección de Fotografía superlativa. Encuadres de una belleza exquisita. El autor de la luz es Eduardo Serra. Por él pasa buena parte de lo mejor de la película.
Griet es la nueva sirvienta de la familia Vermeer. Aparece vestida con ropas de campesina con esos gorros que usan en los países bajos. Camina con la cabeza gacha, y mira de reojo siempre a los que serán sus amos. El detalle está en que debajo del gorro está Scarlett Johansson. Un actuación magistral, otra vez. El director construye con ella un universo doméstico de detalles ínfimos en donde la mirada evasiva y los roces sutiles, terminan sosteniendo y haciendo avanzar las relaciones por desfiladeros sin retorno. Estas estallan cuando la esposa de Vermeer nota la influencia que ejerce Griet sobre su esposo. Dentro de este mundo de sutilezas, están un par de aros de perlas. Vermeer, con la compliciad de la suegra, usa los aretes de la esposa y se la coloca a la sirvienta Griet para posar en lo que, siglos después, descrubren como uno de los mejores retratos pintados por este  precursor de Van Gogh. La escena en donde el pintor le perfora la oreja izquierda a Scarlett es abrumadora.



 La musa de Veermer tiene sensibilidad y comprende el oficio de su patrón, le mezcla los colores, observa los cuadros y entiende, siendo analfabeta, la labor de la luz sobre los objetos.


Hablar de la sublime belleza de Scarlett es ocioso. Lo que es siempre un regocijo, es cómo se abandona al personaje. Nunca la estrella está por sobre el rol que le toca.  La muchacha atribulada de Perdidos en Tokio otra vez nos lleva de las pestañas al remolino de sus ojos y su boca.
Dicen que La jóven del aro de perlas, tuvo varias nominaciones al Oscar. Poco importa ese blasón en los que hay sospechas siempre. El mainstream hollywodense viene con pochoclo como para empachar a un chancho.

Todo confluye y fluye en una buena película. Con dos planos se puede mensurar su alma. Lo técnico viene detrás y se pone a su servicio. Luego está Scarlett que nos recuerda a aquellas novias que tuvimos en esa etapa de la vida que llaman adolescencia .






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