I
Vi Memorias de un Asesino (2003) de Bong Joon-ho. El amigo Bong, autor de Parasite(2019) ya bendecido por Hollywood y Cannes
tiene dos opciones, seguir haciendo cine o dormirse en los laureles. Sus
películas está llenos de una humanidad tan rotunda que creo que va a optar por
el cine.
II
Tuve un breve paso por la Escuela Juana Manso poco
antes de la dictadura. Arranqué la secundaria en la ENET Nº 2, allá cerca del
Puente General Belgrano, pero repetí primer año a causa de una muchacha llamada
Gladys, compañera de curso que me tuvo a
maltraer y en el jaleo amoroso (y no correspondido), dejé los libros. La Manso
funcionaba donde es hoy el ACA; Mayo entre San Juan y Mendoza. Todavía conserva
la fachada, en un piadoso gesto de los funcionarios que de ese modo, “cuidan”
el patrimonio cultural arquitectónico de la provincia; detrás de la “fachada”
hay un enorme garage. A La Manso íban los que repetían en otros colegios y los
pobretones ( yo asumía las dos cosas). O sea se juntaban en sus aulas una
runfla de impresentables de toda laya: Patricio, Silvia, Sara, Reyes, Carlitos,
Nidia. Hace poco me encontré con uno de ellos en la galería Junín. Eran las 9 de
la mañana y venía del Casino arrastrando un vaho a escocés del bueno. Gomecito
se hizo chef de un barco factoría y recorrió el mundo sin bajar de ellos para
nada excepto para comprarse un buen wisky. Siempre con una sonrisa. Imposible
entablar charla en serio con él. De un humor de barrio, simple y juguetón, la charla
con él es someterse a una metralla de anécdotas, una mejor que la otra. Me
contaba que un ACV lo bajó del barco, que un médico le indicó que debe dejar el
wisky y que él le dijo que Claro…ma vale.
y ahora disfruta la familia porque así
nomá e’ la vida.
En aquel entonces, principios de los ´70, íbamos a tomar mate y escuchar música en un
flamante tocadiscos a casa de Eli, por Paraguay y Junín. La recuerdo con su
pelo negro recogido en la nuca que se lo soltaba ni bien pisaba la vereda de la
escuela. Elena, no se sacaba el guardapolvo estando en su casa; se lo dejaba
puesto con sus mocasines y su medias azules siempre bajas.

El rock
nacional no existía, pero el Flaco Spinetta ya había grabado su primer álbum.
En un arranque de no sé qué, Ely me regala ese
primer álbum, el del payaso rosa y la lágrima.
Ya tengo 60 años y puede asegurar que hay cosas que
te salvan de ser una peor persona. Para mí fue la música y entre ellas la del
flaco Spinetta; está en esa Vía Láctea que hizo de mi adolescencia correntina
una cosa menos penosa, menos patètica. Con él frote la lámpara y ya sabemos que
cuando sale difícilmente regrese. Para cualquier provinciano de entonces, no
era fácil escuchar y mucho menos ver a
aquellos músicos. Vívidamente recuerdo haberlo visto al Flaco Spinetta al
frente de Invisible por la Tv haciendo Azafata
del Tren Fantasma. Una especie de alucinación catódica; trillones de
fotones al rostro. Supongo que fue Sábado
Circulares de Mancera, no recuerdo
otro programa musical que fuera capaz de poner al aire semejante dispositivo de
música e imagen: Invisible. Flaquísmo, con el palo largo, la mirada desquiciada, vestido con sólo un
jardinero de jean. Colgaba de sus hombros una enorme Gibson ES- 335 y sin
embargo se movía como una marioneta. Por fin su rostro en vivo y en directo; un
ser del medioevo, algo extraterreno o algo así.. La imagen hipnótica en Blanco
y Negro del Flaco no me permitió ver que detrás estaban Machi y Pomo; el power
trío más extraordinario del rock argento y uno de los mejores del mundo. En el ‘76
compré El Jardín de los Presentes en
Breyer y dos temas del álbum me dejarón una huella (como una cicatriz), en la
psiquis, imborrable hasta hoy: El Anillo
del Capitán Beto y Niño Perdonado.
Sólo por esas dos canciones siento una gratitud fraternal y eterna al Flaco.
Eso, eterna y fraterna. El pariente que se elige. El hermano mayor que sin hablar
te dijo todo. O casi todo. Ese “casi” va a cuenta de cada uno.
Aquel álbum que tuvo entre sus filas a Tomy
Gubitch, Mosalini y Mederos, a la sazón era apenas el noveno álbum de una
carrera sin parangón.
Abelardo Castillo
escribe en El que tiene sed: “En esa cama había leído los libros más
hermosos del mundo y había soñado despierto los libros que escribiría para que
un muchacho de otro siglo supiera que había tenido un hermano en el tiempo”.
Entonces y tal vez hoy, me falta mucho por entender;
la historia del paìs, mi barrio, mis
amigos, mis hijos, en compañía de Luis y su música. Sin proponérselo es lo que
hacen ciertos colegas en este viaje
fugaz de la flecha del espacio- tiempo y con los que terminan siendo la
parentela que nos va a acompañar los últimos segundos de paso por este mundo.
Él -el pariente cósmico-, siempre nos va
a preguntar porqué nunca oímos la hojarasca crepitar…
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