Tengo 56 años. Mis mejores años los pasé bajo la dictadura. Poco es lo que mi mente se ha guardado para sí de aquellos años de la ENET N 2. No conservo amigos de aquellos tiempos. Apenas si nos cruzamos a veces y nos saludamos con cierta discreción. En algunas noches de
A mi
natural timidez le venía bien ir al cine. Desde fines de los 60 al 76, pude ver
a los cines de la capital correntina a pleno: Colón, San Martín, Corrientes, el Rex con dos pelis como mínimo por función. El Colón solía pasar cuatro!. Sus trasnoches no eran comparables a los maratones de la Sarli del Cine San Martín...en matinée!, para los compañeros de la ENET que entrábamos de a diez.
Nunca
formé parte de cenáculos por lo tanto supongo que me tropecé con ciertas
películas por puro azar: Midnight Cowboy,
Perros de Paja, Juan Moreira, La Raulito. Sobreviene luego, el largo periodo de
comedietas de la factura Enrique Carreras. Cine de facto…y más nada. En el comienzo de la
democracia el dique estalla: Más allá del bien y del mal, El Tambor de
hojalata, Apocalipsis now, Tommy.
Ese
cine complejo eran como alucinaciones. Producían ese efecto devastador y fecundo a la vez. De algo irreal,
onírico y hecho sin embargo de materia pura. Lo mismo me producía escuchar
música en la soledad de mi cuarto: Pink Floyd, Led Zeppelin, Pescado Rabioso (Para ir, Jugo de lúcuma), Defilpo-Nebbia (Nadie es tan importante como uno cree.....), Muerte en la Catedral. Los primeros acordes de Fromm the Beginning, Vals de mi hogar, Instituciones, el Jardín de los Presentes. Todo era imagen y sonido. La música sucedía en el Barrio San Antonio, calle de tierra, línea 6 al centro. Ahí estaba el Mercado central, Iñiguez y el comienzo de la calle Junín, Modart, Breyer. Vidriera de conchetos y de los anónimos que caminábamos pegaditos a los escaparates. Supongo que todo aquello salvó lo mejor de mí y lo puso a la
vista. El Otro de mí , salía a la luz y pudo no haber ocurrido.
Nunca
se sabe del futuro. Salido de Maestro Mayor de Obras , lo lógico era Ingeniería Civil y hacia allí fuí para recular después de año y medio. Fuí a Macchu Picchu con Ana y a mi regreso sabía que era Comunicación Social la carrera (la carrera?). Así fué el encuentro con los amigos de ruta. Tampoco sabía que a fines de 1990 me entregaría a escribir
la idea de un guión que sería después Cabeza
de Chancho. Mi amigo de entonces(Marcelo Aguirre), le colocaba algo de frescura a los diálogos y escenas, por demás retorcidas que salían de mí. Rodada en 1999 la estrenamos
en 2007 compitiendo en el BAFICI, el festival de Cine Independiente
argentino y unos de los más importantes del mundo. Sin formación académica
alguna, hicimos con los amigos una película que sintetizaba nuestro pasaje por la
década de 1990: oscura, triste, absurda, tierna.
No
soy audiovisualista. Es un término demasiado impreciso para definir lo que me
gusta. Me gusta el cine, a secas y derecho viejo. Por complejo, por total, por
polisémico. La confluencia de lenguajes puestos a jugar con la luz y los
sentidos en un espiral la más de las veces, inconsciente. Tratar esas materias de tan
sutiles suele hacernos creer que podemos
manejarlas a nuestro antojo. En verdad es todo los contrario. El vértigo sereno
que comienza en el guión termina enloquecido en la edición. Un magma digital ,
frame a frame. Millones de pixeles barriendo el cerebro y contando una historia
ocurrida en algún lugar del corazón.
Salir
a hacer cine es eso: salirse. No se precisa de la academia, ni de la escuela. Se
precisa de buena gente, buenas personas. Sí. Si son buenos técnicos es aun
mejor. Si se tiene la misma noción del mundo y de la vida, aun mejor. Si son
amigos es perfecto.
Cada
baldoza de la ciudad, cada calle de tierra posee una historia. Cada rostro,
cada espalda, cada mano, cada cicatriz. En hallar el cómo narrar en imágen y
sonido está la clave de una buena peli. Y no hay nada mejor que se gane el
corazón de la gente que la ve. Y si no, no importa….ya está hecha.
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