19/02/03
11:41
Ana
me compró en Blender’s y le pegué un par de tragos al mediodía. En algún
momento,
antes de salir hacia el programa de Marcelo, comencé a irme en los
meandros del wisky .
Me paré a mirar hacía el baldío y las casa de vecinos. Uno
de ellos recién llegaba con su
ropa de trabajo, y le ayuda a su hija. Le toca
el hombro a su niña de pelo negro y recogido
sobre la nuca. Tiene un
pantaloncito corto y una remera descolorida.
Me dan ganas de llorar
y así me quedé un rato con las lágrimas
corriendo. Inefable y en estado de gracia, me dejé ir
un poco incómodo, con
Ana y los críos dando vueltas.
Un
día antes en “La página en blanco” (Canal a), estaba invitado un tal Gonzalo Rojas, poeta
chileno.
Neruda, Huidobro y Mistral anduvieron por él. No imiten a Poud
decía , por si acaso -desde
unos de sus textos-, y yo recordé al El Viajero
inmóvil que leí de un tirón en Arica, a fines de
los ’80. Leyó ( de algún modo hay que llamar lo que
hizo), un poema llamado Carbón. Otro
que tituló Qué se ama , cuando
se ama (no tenía Carver un cuento titulado así?). Los leía
desde su Olimpo
limpiamente. Como un cuchillo- diamante decía nomás lo que escribió
décadas
antes sin muchas inflexiones ni alardes. Deslizaba acotaciones y
consideraciones
para guiar a los oyentes paralizados y ciegos en el relumbrón
inusitado y bárbaro. Un
nudo en la garganta casi no me dejaba respirar, sin
embargo de pie soporté la andanada de
palabras en el medio de la cara y mi
mundo doméstico apenas si se sostenía de los hilos
con que cada día, de todos
los días discurre mansamente.
¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
es eso: amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?
¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en particular fugaces
de eternidad visible?
Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.
Gonzalo Rojas, poeta chileno (1916- 2011)
De Contra la muerte, 1964.